Introduction

Spain is a country that offers many interesting aspects. One of these aspects is its cities due to constitute an exceptional stage which we can know the different cultural influences that Spain has received along of the history, as well as some historical episodes of greater importance. Also across the cities we can know the life’s way, the social relations and political questions that characterize nowadays the Spanish society. For this, we suggest to learn some theories and sociological concepts that should allow us to bring us over of a more systematic form to the notion of city. Likewise, the classes will be illustrated with examples of some of most known Spanish cities.

miércoles, 14 de abril de 2010

presentaciones en clase

Presentaciones de los trabajos los dias 20 y 22 de abril. Cada estudiante tendra 30 minutos.

jueves, 8 de abril de 2010

Segundo trabajo de investigacion

Trabajo comparativo entre dos fistas de dos ciudades: una espanola y otra de los Estados Unidos. Analizar: datos sobre las ciudades, origenes de las fiestas, fecha de comienzo, que tipos de actividades, quienes participan, donde se desarrollan las fiestas, que significan...
Aproximadamente, de 5 a 7 paginas. Esta investigacion sera presentada en clase.

martes, 30 de marzo de 2010

Los epicentros urbanos: Iglesias, bares, ultramarinos y centros comerciales.

Los epicentros urbanos: Iglesias, bares, ultramarinos y centros comerciales.

Las iglesias son centros o templos consagrados para el culto y la oración a un dios. Por tanto son lugares sagrados (en términos de Mircea Eliades: “hierofonías”) donde los fieles de una religión acuden con el ánimo de profesar su fe. Es evidente que en su interior y a su alrededor se tejerá toda una red de actividades y lazos sociales perdurables. Con respecto a las ciudades españolas, muchas de las iglesias, sobre todo aquellas enclavadas en el centro histórico, están edificadas sobre suelo que anteriormente había correspondido a otros centros de cultos, como capas sedimentarias, en tanto que muchas iglesias sustituyeron a antiguas mezquitas. El objetivo de esta sustitución era la de evidenciar simbólicamente la nueva condición de la tierra conquistada a través, aunque no sólo, del espacio sagrado: en este caso una tierra que debía ser convertida del islamismo al cristianismo y de lo andalusí a lo castellano. La catedral de Sevilla y la de Córdoba son ejemplos paradigmáticos de la arquitectura como medio de propaganda política.

Centrándonos en las pequeñas iglesias que se despliegan por toda la ciudad, en especial por el centro histórico, éstas además cumplieron con una función de estructuración territorial de la propia ciudad, en tanto que sirvieron para constituir las llamadas Collaciones-Parroquiales durante la época medieval. Éstas eran una unidad espacial en la que sus vecinos se sentían que formaban parte de un barrio, todo gracias a que acudían a una misma iglesia participando de las actividades de las hermandades de esa iglesia y sintiéndose identificados con unas mismas imágenes religiosas. Esta forma de creación de barrios se ha mantenido con el tiempo a pesar de los diferentes intentos durante el siglo XVIII y XIX de aplicar una división de la ciudad con base a ideas racionalistas e ilustradas, como es el caso de Sevilla ,que de la mano del asistente Pablo de Olavide se dividió en cinco cuarteles, 40 barrios y 430 manzanas. Esta planificación obedecía al interés por mejorar la gestión de la ciudad y facilitar las medidas higiénicas.

Asimismo, esta función de estructuración del territorio de las iglesias también nos la encontramos en el ámbito rural. En Galicia existen unas unidades espaciales llamadas parroquias que engloban aldeas, cuyo nexo de unión lo establecen las pequeñas iglesias a las que acuden los habitantes de esas aldeas, convirtiéndose en el espacio central.

Iglesia: entre el amor y la ira.
Actualmente, en las ciudades españolas las iglesias cumplen con varias funciones de relevancia. Además del interés artístico que despiertan algunas de ellas, dado el valor patrimonial que atesoran, habría que sumar otras funciones como las eminentemente religiosas, las cuales tienen todavía cierta importancia para los vecinos de un barrio. Destacamos las misas y el culto a los santos. Con respecto a la primera, las misas, como acto que simboliza la eucaristía, es decir, el sacramento instituido por Jesucristo mediante el cual, a traves de las palabras que el sacerdote pronuncia y la liturgia, se transustancian el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Ritual que tiene lugar especialmente todos los domingos por la mañana y que concita en cada iglesia a sus feligreses, muchos de ellos vecinos del barrio. Junto a las misas nos encontramos el culto a los santos, que no es más que un homenaje de respeto, amor pero también de petición y agradecimiento que el cristiano tributa a un santo. Éste acto se hace de forma individual, ritualizada aunque no exista unas normas escritas. El creyente del santo al que se profesa la devoción debe acudir a una hora y a un día a la iglesia, debe recitar una determinada oración y realizar una misma ofrenda previamente estipulada. Esta forma de religiosidad se desarrolla de con una gran afluencia de fieles (sobre todo una población envejecida) y de un modo semanal (Zamora, El., 1989).

Sin embargo, estos mismos espacios, lugares de sociabilidad y generadores de identidad espacial, también han sido objeto de la ira de la sociedad. En las ciudades españolas durante la II República se vivieron episodios anticlericales, cuya acción más llamativa consistió en lo que popularmente se denominó “quemas de iglesias y de conventos”. En una etapa de gran conflictividad y polarización social, los sectores obreros urbanos, especialmente socialistas y anarquistas, mostraban una gran animosidad contra todo aquello relacionado con el clero, pues éste era contemplado como un agente de la élite dominante del país que con su discurso legitimaba el orden presente. Dada su visibilidad en las ciudades -gracias a las iglesias existente por todo el entramado urbano- y a su desprotección, el clero era el primero en padecer la violencia obrera en momentos de revuelta social, en especial sus bienes materiales: la iglesia.

Los bares.
Los bares son sin duda uno de los espacios semiprivados urbanos más importantes y con más éxito en las ciudades españolas. Según el “Anuario de la Caixa 2007” hay un total de 344.426 de bares en toda España, lo que significa un ratio de un bar por cada 129 vecinos. Sólo superado por Chipre, con un ratio de un bar por cada 124 personas.

Es Andalucía la región española que cuenta, en números absolutos, con un mayor despliegue, con 55706 locales, lo que supone el 15’7% del total de España, y con un ratio de 138, si bien la región con un mayor ratio es la Islas Baleares. A diferencia de éstas, Madrid es una de las regiones que cuenta con un peor ratio, con “sólo” 165 vecinos por cada bar.

¿Por qué del éxito social de los bares?, ¿qué representa un bar?, ¿qué es?
Un bar podría definirse de un modo simple como un espacio físico dividido en dos parte por un mostrador o barra en el que se vende y consume bebidas y otros productos de pie o sentados. Es evidente que la primera función que el bar desempeña es la de abastecer de bebidas y comidas a un cliente. En cuanto a las bebidas en especial se consume desde refrescos, pasando por cerveza y vino; con respecto a la comida, lo frecuente es que ésta se sirva en forma de tapas, pintxos o menú. Por tanto, la comida no es especialmente elaborada, si bien es casera y aun precio módico. Las tapas son pequeñas porciones de platos fríos o calientes los cuales no tienen porqué sustituir al almuerzo. Los pintxos son pequeñas porciones de panes con algún condimento elaborado y unido por medio de un palito, cuyo precio viene marcado por las formas y tamaño de éste, sobre todo es una forma de comer muy extendida en el País Vasco y Navarra. Mientras, los menús son una oferta de comida compuesta de primer plato, segundo, postre y pan, todo ello a bajo precio y donde el cliente puede elegir entre unas pocas opciones.

Sin embargo, el éxito de los bares en España no sólo está tan relacionado con la necesidad de satisfacer el hambre o la sed fuera del ámbito privado, sino que también lo está con la necesidad de prolongar las relaciones sociales también en actividades que podrían ser consideradas íntimas o familiares. Es un momento de relax en forma de comensalismo que es aprovechado para interactuar de un modo informal entre amigos o entre conocidos, todo ello en un ámbito espacial reconocido, no anónimo. Incluso a veces esta interacción adquiere una dimensión más formalizada, como son las Sociedades Gastronómicas en el País Vasco, que son unas asociaciones compuestas por cuadrillas de amigos que se reúnen semanalmente en un bar con el objeto de comer junto en un banquete lo que previamente han cocinado y tras esto organizar actividades ociosas y de recreo entre ellos.

Ambos casos, si se come y bebe entre amigos o conocidos de modo informal o formal, lo que nos indica es la centralidad que adquiere ese acto (el cual no consiste en satisfacer una necesidad fisiológica) y las formas en las que se ejecuta: es en sí un acto trascendente, de ahí que se destine un tiempo y un espacio; asi como un medio de sociabilidad cotidiana.

De las Tabernas a los bares (historia/romanos/tipos).
En España, al igual que en otros numerosos países, existe una gran variedad de locales donde poder comer y beber, cada uno con sus características que condicionan la actividad que el cliente pude hacer en él.

Seguramente el origen de estos locales se encuentre en uno de los tipos de caserío del periodo romano que se denominaba ínsulas. Las ínsulas era un inmueble urbano, de varias plantas, en cuya planta baja se hallaba el Tabarnae: un ocal destinado a tienda y otros productos. De algún modo, esa disposición recuerda a las postreras tabernas, bares y cafés en tanto que todas éstas se localizan en el ámbito urbano ocupando las fachadas de las platas bajas de los inmuebles. Uno de los más antiguos es la taberna: un local público, de pequeñas dimensiones, de carácter popular. Su estética suele ser antigua, abundando la madera, se sirve sobre todo vino y, a veces, algo para picar. Su clientela suele ser hombres de edad avanzada, vecinos del lugar. La taberna se transforma en una prolongación del espacio privado de sus casas y del público de la plaza donde la conversación con el juego son las actividades realizadas con más frecuencia. Aún, en las ciudades españolas, sobre todo en sus cascos antiguos, se pueden encontrar.

La segunda modalidad, ya desaparecidas, fue el café-teatro. Un establecimiento que data de finales del siglo XIX principios del siglo XX, también de carácter popular en los que además de expenderse bebidas y comidas ofrecían espectáculos musicales “ligeros” o “frívolos”. De hecho, el flamenco actual nació en Sevilla en uno de ellos llamado el café de "Silverio Fraconetti”. Si bien este tipo de café-teatro desapareció durante la década de los 40 bajo el estigma y la polémica, años más tarde apareció una versión actualizada del mismo. Ésta no era un pequeño local sino más bien salas de espectáculos donde se representaban variedades vinculadas al cabaret. Un ejemplo de ellos era el Molino de la calle del Paralelo en Barcelona.

Fue también a partir de esta década cuando en España se abren numerosos bares: los llamados bares-restaurantes (Arbide, Joaquín, 2006). Son establecimientos de mediano tamaño, con mostrador en los que la madera deja paso al metal y donde se dispone un pequeño salón en el cual se ofrecen servicios de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Almuerzos y cenas que se pueden solicitar tanto en formas de tapas como de menús. Su carácter es eminentemente popular y a diferencia de las tabernas, además de ofrecer una mayor variedad de viandas, en su clientela se alternan grupos sociales de diferentes edades y géneros. Esta proliferación de bares-restaurante puede explicarse con la aparición en las principales ciudades de nuevas barriadas periféricas debido al éxodo rural de la década de los 60-70 y con el retorno de los inmigrantes, quienes invierten su ahorro en la apertura de un bar observando que esas nuevas barriadas necesitan locales de ocio con los que saciar las necesidades de una clientela potencial.

Los ultramarinos.
Bill Richardson (2001) menciona como uno de los elementos distintivos de la cultura española, y por extensión del paisaje urbano, las tiendas o “local shop”, es decir pequeñas tiendas especializadas. Si bien reconoce que a partir de la década de los 60-70 comenzaron a ser sustituidas por supermecados de proximidad, centros comerciales, grandes almacenes y otros establecimientos, hoy en día todavía se pueden alcanzar a ver algunas de ellas. Tiendas dedicadas a la venta de comida (ultramarinos y colmados), verdulerías, panaderías, carnicerías, sastrerías, mercerías, ferreterías, droguerías. Un sin fin de tiendas dedicadas a un producto o a varios de ellos.

Lo cierto es que la existencia de estos locales, cuyo sentido es la venta y compra de productos, se debe a la herencia cultural que atesora España. Los romanos con las Tabernae, los árabes con el zoco y los cristianos con los talleres gremiales son una muestra de la cultura de la tienda como el espacio del comercio que, a pesar de su caracter de local privado generalmente cerrado, conservaba cierta conexión con la calle. Era un espacio semipúblico en el que no sólo se comercializaba. Pedro Cantero (2004) destaca el rol tan importante que jugaba (y juega) la tienda en la sociabilidad de una comunidad. Sobre todo en el pasado, siguiendo las palabras de Cantero, la tienda representaba “…una forma de vivir el tiempo y las interacciones (…) la tienda era vivida como pausa y como antídoto…”. Si bien es cierto que el autor se refiere e las tiendas de los pueblos andaluces, aún estás se hallan presente en la ciudad. Y es otro autor, Marrero (1996) quien enumera las consecuencias positivas de la existencia de estas tiendas (en especial las vinculadas al comercio tradicional), a saber: son tiendas que garantiza el comercio de proximidad de todo tipo de productos; es un factor básico en el desarrollo de las ciudades; fundamental para el mantenimiento de los centros urbanos tradicionales; proporciona empleo; abastece de productos acordes a las necesidadesa de una población envejecida o a hogares con pocos miembros.

Uno de los factores que explica la existencia todavía de ultramarinos y tiendas pequeñas en la mayoría de las ciudades españolas es la forma que adquieren éstas. Al ser núcleos compactos, con una alta densidad de habitantes y con una tipología urbanística en los que las plantas bajas de los inmuebles se destinan a locales comerciales, todoas estas caracterisiticas permiten la apertura tanto de bares como de pequeñas tiendas y su correspondiente demanda.

Centros comerciales.
En el declive de las tiendas comerciales han influido, y mucho, varios factores. Uno de ello el surgimiento de núcleos residenciales a las márgenes de la ciudad, entre ésta y el campo, con un caserío disperso, horizontal y sin apenas infraestructuras y dotaciones. Núcleos residenciales en los que es difícil la apertura de estas tiendas. Junto a estas nuevas formas de habitar, dentro de las ciudades españolas y en sus márgenes, desde la década de los 60, han ido apareciendo amplios espacios privados, cerrados y destinados al comercio: las grandes superficies.
Estos espacios competían en mejor posición con las pequeñas tiendas gracias a la variedad y a los precios sobre los productos que podían ofrecer. Esta oferta, además, se vio potenciada con un nuevo modo de ir de compra que comenzó a practicar amplios sectores de la sociedad basado en ir a esos grandes comercios un día de la semana y proveerse de artículos para periodos largos de tiempo.
En la década de los 90 aparece una nueva versión de las grandes superficies en forma de Centros Comerciales (Malls). La mayoría localizados en la periferia, puesto que se asientan sobre grandes parcelas de terreno. Ya no sólo ofrecen productos alimentitos o de hogar sino que a éstos se le suman la posibilidad de consumo de ocio, preferentemente para un público juvenil. Curiosamente una estrategia que adoptan estos centros comerciales -dirigidos por multinacionales- es la de imitar algunos rasos de la cultura local. De este modo, el diseño de los centros comerciales recuerdan a la formas arquitectónicas del lugar; se destina un espacio para la comercialización de productos autóctonos; o, en su defecto, se trazan ambientes que recreen la atmósfera de las calles comerciales de las ciudades pero rebajando las incomodidades ambientales que se producen en el espacio público. Se apuesta por el control de las contingencias de los estímulos primarios del que habla Ruiz Ballestero (2003). La idea que los centros comerciales desean transmitir al cliente es que éste se encuentra comprando y paseando en la calle o en la plaza de la ciudad pero donde se ha establecido un control férreo sobre los olores, la luz, la limpieza y la seguridad. Quizás, de ahí, de la buena ejecución de se simulacro (de hacer pensar que se está en mitad de la ciudad) se explique el éxito de estos espacios consagrados al consumo.

martes, 23 de marzo de 2010

Los espacios publicos

Los espacios públicos: la plaza y la calle.
Tanto Chueca Gotilla como Ortega y Gasset encontraban una gran diferencia entre las ciudades latinas o mediterráneas y las americanas del norte. Si para las primeras, nos dicen, tal que herederas de la polis griega o de la civitas latina, el verdadero hábitat es el exterior en forma de calle y plaza que la diferencian y la segregan del campo colindante; para las segundas, el hábitat preferente es la casa como legado procedente de las "Towns", palabras procedente del viejo "tun" y de alemán "túnoz", que significa reciento cerrado que, formando parte del campo, corresponde a una casa o a una granja. No se trata, por tanto, de un concepto político sino de un concepto agrario. De ahí que en pequeños pueblos de lcentro y norte de Europa la plaza es sustituida por el "common," el cual no es un ágora o plaza sino una parte del campo que es preservada como tal.

Y es Chueca quien establece una tabla con cuatro categorías de ciudades diferentes: la ciudad pública (polis y civitas) /la ciudad doméstica (nórdica)/la ciudad privada (hispanomusulmana)/ la ciudad convento (barroco).

Es obvio que las ciudades españolas actuales son productos de los diferentes modelos de ciudad que han ido implantándose a lo largo de su historia. Así, podemos encontrar algunos rasgos procedentes de la ciudad pública, de la ciudad privada y de la ciudad convento. Sin duda, las dos primeras (la ciudad pública y la ciudad privada) se nos presentan como las más influyentes en cuanto a los espacios de sociabilidad en la ciudad. En ellas la plaza y la calle asoman como los espacios más importantes.

El concepto de espacio público.
Son las plazas y calles, sin duda, los máximos exponentes de lo que se ha dado en llamar el espacio público. ¿Qué es el espacio público? Tomando las tres acepciones que nos propone Manuel Delgado (2007), desde un punto de vista urbanístico, el espacio público es ese vacío entre construcción que hay que llenar de forma adecuada. Desde el punto de vista político, sobre todo a partir de la Ilustración, el espacio público es el lugar cuyo acceso es libre y universal, por tanto donde cristaliza verdaderamente conceptos tan abstractos como ciudadanía, civismo, democracia y consenso. Y desde el punto de vista antropológico, el espacio público sería ese lugar abierto y accesible donde los presenten miran y son mirados y ocurren todo tipo de acontecimientos.

En este epígrafe nos vamos a detener especialmente en dos de ellos: en la plaza y en la calle. Con resecot al primero, la plaza, podría definirse, siguiendo la Real Academia de la Lengua Española (RAE), como aquel “lugar ancho y espacioso dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles” o “aquel donde se venden los mantenimientos y se tiene el trato común de los vecinos, y donde se celebran las ferias, los mercados y fiestas públicas”. En ambos casos nos están hablando de la existencia de un lugar relativamente diáfano que es punto de encuentro. Sin embargo, mientras que la primera definición sólo señala la existencia de un espacio físico algo central; en tanto es el lugar al que desembocan las calles, la segunda nos habla de la existencia de un espacio que, además de darse las características de las plazas de la primera definición, son receptoras y generaradoras de vida social a partir de la cotidianeidad (“el trato común de los vecinos”), de actividades eminentemente económicas como las ferias y los mercados y de las acciones festivas. Bien por su componente urbanístico, bien por su funcionalidad social, la plaza hay que entenderla como un lugar central de la ciudad.

El legado histórico: del foro, zoco y a la plaza medieval.
Las ciudades españolas han recogido el legado que dejó la presencia, sobre todo, romana y medieval. En el trazado del centro histórico de muchas ciudades actualmente todavía se puede contemplar el antiguo foro, ahora convertido en plaza. Pero sobre todo, de esta época se ha heredado esa idea del uso intenso y denso del espacio público para la realización de múltiples actividades. De alguna manera, la condición de ciudad pública que posee las ciudades españolas procede de esta etapa de su historia. Sin embargo, fue con la conquista cristiana cuando aparecieron una gran variedad de plazas que desahogaban ese dédalo de callejones de la ciudad hispanomusulmana. Algunas de esas plazas eran los vestíbulos que se conformaban al transformarse las mezquitas en parroquias. Otras, sin embargo, tenían su origen en el agrupamiento en un barrio (en una Parroquia) de un gremio, quien promovía un espacio central en el cual insertar sus negocios. Mientras tanto, la plaza central era aquella de la que partían las principales calles con destinos a las puertas de la ciudad y que, en la mayoría de los casos, se localizaba el principal templo de la ciudad acompañado de los edificios pertenecientes a los grupos sociales más influyentes de entonces. Asimismo, también se ubicaba el mercado, con lo que esta plaza funcionaba a modo de foro romano.

En el siglo XV-XVI, gracias a la mirada renacentista, aparecen otras plazas que adoptan algunas de las pautas de entonces, como eran los pórticos y su forma cerrada, convirtiéndose en las plazas principales de la ciudad. Y es en ellas, en estas plazas denominadas “plazas mayores” en cuyas fachadas operaban las principales instituciones de la ciudad, en donde se comienzan a celebrar grandes acontecimientos y espectáculos. Son los nuevos lugares centrales, no sólo por sus formas urbanas o simbólicas sino también por la vida social que generan. Todavía hoy en día, sobre todo en las dos Castillas, siguen siendo el referente espacial de la ciudad, aún cuando en ella no se localicen ni la catedral ni el mercado. Sin embargo es el lugar del ocio, del paseo, del descanso, de las acciones festivas, de las celebraciones. En muchas ciudades españolas podrían ser consideradas las “plazas metropolitanas” por cuanto es el lugar de todos los habitantes, son reapropiadas por cada uno de los grupos para ser sentidas como propia. Sin embargo, otras ciudades no tienen una “plaza mayor” tan bien delimitada como en el caso de las castellanas. Esta ausencia no es óbice para que a lo largo de la historia se hayan configurado otras plazas que han asumido ese rol. Para ello han de ser espacios diáfanos y de unas amplias dimensiones y que estén insertas en el centro urbano de la ciudad (aunque no necesariamente en su centro histórico). Además, para que adquiera esa centralidad urbano-simbólica le es necesaria que esté atravesada por la historia, que algunos destacados acontecimientos ligados a la memoria colectiva de la ciudad tengan su anclaje en ella. Es el siglo XIX cuando que se llevó a cabo la construcción de plazas que cumplían con esos requisitos. El origen de muchas de esos nuevos espacios tenía un vínculo muy fuerte con el modelo de urbanismo francés heredero del Barroco: es decir, la búsqueda de la perspectiva, las grandes dimensiones y la utilización de la plaza como medio con el que se sacraliza a determinados personajes. Esta idea de plaza se prolonga hasta la mitad del siglo XX.

Plazas metropolitanas y plazas barriales.
Sin embargo, si existe una característica importante en cuanto a las plazas en las ciudades españolas es la presencia, no sólo de una grande, sino de una gran variedad de plazas que se extiende por toda la trama de la ciudad. No hay barrio sin su plaza. Ésta puede estar en buenas condiciones o en malas, puede ser grande o pequeña, puede pertenecer a un barrio o a una barriada, pero lo destacable es su existencia. Son las plazas barriales.
Lugares que cumplen con un rol para un concreto sector de la ciudad, pero no por eso pierden su valor. Al contrario, al ser las ciudades españolas ciudades públicas, cuya sociedad tiene una cultura en que el espacio público es entendido como un lugar para estar (no solo pasar), ésta se convierten en un nudo de sociabilidad, de uso constante, cotidiano. Un lugar del conocimiento. Un lugar para el desahogo.
Esta idea de crear plazas barriales procede de todo esos sedimentos que se han depositando en España a lo largo de la historia. Pues en la época cristiana, tal y como dijimos, la transformación de las mezquitas en iglesias ocasionaron la configuración de un espacio que fue destinado a plaza. Junto a ella aparecen distribuidas las plazas gremiales, más tarde las plazas de renombre y las plazas afrancesadas, como así lo manifiesta Vioque (1987), para terminar con la plaza del barrio, apenas una isla de formas y diseño simples, rodeadas de vías abiertas al tráfico, limitadas por fachadas de edificios de viviendas y con bajos destinados a locales y negocios, a veces en su interior se encuentra parcialmente ocupado por veladores, por algún que otro establecimiento y diseminados algunos árboles y bancos en los que sentarse. Si lo permite el tamaño, entonces en un extremo se ubica unas cuantas atracciones infantiles prototípicas.

Las plazas del mar.
Junto a las plazas se ha de señalar un espacio intermedio que adquiere formas de las calles y funciones de la plaza: los paseos marítimos. En la mayoría de las ciudades costeras españolas, próximas a las playas urbanas se han construidos vías que recorren a éstas. Son calles abiertas al frente marítimo, sólo separadas por pequeñas medianeras que sirven para separar lo urbanizado de la playa a la vez que funcionan como asientos. En ocasiones, paralelos a los paseos marítimos se localizan numerosos negocios destinados a la hostelería o a utensilios personales. Otras, sin embargo, lo que se encuentra en su costado son otras vías abiertas al tráfico rodado.

Los paseos marítimos que actualmente vemos en muchas ciudades españolas aparecen con el auge turístico que se produce en la década de los 60, cuya consecuencia es una paulatina urbanización del litoral urbano, si bien sus precedentes lo podemos encontrar con los malecones de las ciudades fortificadas (Cádiz) o, más recientemente, en los paseos de la burguesía en las ciudades-balnearios (San Sebastián). En cualquier caso, junto a los complejos hoteleros se edifican estos nuevos espacios que se transforman en lugares para pasear (sendas urbanas, sobre todo durante la puesta del sol, acción que se puede consumar de múltiples maneras: andando, corriendo, patinando, con bici); para estar (sentados, contemplando el panorama marítimo, charlando, comiendo). Son, por tanto, lugares de transición o umbrales que unen y separan, a la vez, lo natural de las playas y lo urbano de las ciudades lo que les convierten en lugares liminales donde se combina la informalidad casi total de la playa con lo más formal de lo urbano de una plaza. En todo caso, son espacios en los que conviven muchos de los grupos sociales que conforman una sociedad, y lo hacen de un modo relativamente articulado y sin grandes alteraciones. Son heterotopías en tanto en cuanto asume, al menos, algunos de los principios enunciados por Michel Foucault (1986) para definir a éstas.

La calle.
¿Qué es una calle? Desde el punto de vista urbanístico podría definirse como una vía entre edificios, solares o entre dos hileras de árboles, e, incluso, de un modo genérico, al espacio exterior a los edificios. Siendo correcta esta definición, autores como Henrri Lefebvre o Jane Jacob nos ofrecían una un poco más ampliada. Esta última, por ejemplo, enfatizaba que una calle sólo tiene significado en relación con los edificios y otros servicios anejos a ellas, a otras calles y aceras próximas. La calle no se entiende si no se observa su entorno.
Podemos afirmar que la calle en las ciudades españolas y su uso reciben un tratamiento relativamente diferente al que reciben en otras sociedades. Como apunta Manuel Delgado (1999), en las culturas nórdicas de fuerte carácter protestante la calle (y por extensión todo el espacio público) es un ámbito corrupto y corruptor que se ha de utilizar del modo más instrumental posible: ir de un lugar a otro. Mientras que el lugar del trabajo y del hogar familiar, para esta misma cultura, serían aquellos ámbitos virtuosos y castos, donde radica el bien. Es evidente, tal y como dejó entrever Max Weber, la conexión entre la cultura del trabajo y los preceptos religiosos, más, ahora, el espacio.
Mientras tanto en la cultura mediterránea, atravesada por el legado grecorromano, árabe y cristiano (sobre todo en su etapa barroca), la calle es concebida como un lugar para estar, además de pasar, en el que se pude desarrollar una gran variedad de actividades de carácter formal, pero también informal. Pesemos en el ágora griego y en el foro romano, pensemos, sobre todo, en el zoco de las ciudades hispanomusulmanas, como a pesar de ser ciudades-privadas una parte de la trama de la medina se destinaba al comercio siendo ocupada por tenderetes y puestos de productos de todas clases. Con el barroco, las calles, así como las plazas, se transforman en un escenario donde unas veces se representaba el poder y el orden, otras lo subalterno y el desorden y donde la vida se condensa en esos espacio públicos en forma de “plazas mayores” y “plazas barriales” y vías adyacentes que se ven completados con la constitución en cada ciudad de grandes avenidas. Hablamos de finales del siglo XIX. En muchas ciudades españolas se aplica un urbanismo procedente de Francia en el que el modelo neoclásico: la recta, lo armónico y la homogeneidad y se construyen grandes calles que rápidamente se transforman en la calle comercial de la ciudad, donde se asienten las principales instituciones socio-culturales, aparecen un nutrido surtido de cafés y negocios de profesiones liberales. Estas calles principales aún perduran hasta nuestros días, pues todavía son consideradas las vías referenciales de la ciudad.

Peatones versus tránsito motorizado.
La vida en la calle en las ciudades españolas se vio profundamente afectada por un acontecimiento: la llegada del coche. La presencia cada vez mayor de vehículos privados a motor ocasionó, de un lado, la sustitución de su antiguo pavimento por el asfalto y, de otro, la adecuación de las calles y la preferencia en ellas de estos vehículos en detrimento de los peatones. En cuanto a la adecuación, aparece el acerado diferenciado, en altura y con bordillo; se diseñan carriles de sentidos distintos y señalizados y se instalan señales de tráficos visibles. En relación a la preferencia, los coches y motos provocan en su beneficio el desmonte de los tranvías y los espacios centrales de las calles se destinan al tráfico; algunos puntos próximos al acerado se convierten en lugares para la carga y descarga o de parada de taxis; aparecen los aparcamientos en superficie eliminando espacios destinados a los peatones; surgen las dobles filas; los embotellamientos y los fondos de saco, es decir, cuando una plaza o rotonda se convierte de una forma imprevista en un espacio de estacionamiento de vehículos, anulando cualquier otra función.
Este fenómeno tuvo su máximo desarrollo en el centro de las ciudades. Esa trama de angostas y laberínticas calles no podía soportar la presencia masiva de coches. Sin embargo, muy pronto esta problemática se trasladó a las barriadas periféricas construidas en la década de los 60 y 70 en adelante. Si bien sus calles eran más amplias y se construyeron aparcamientos subterráneos colectivos, la masiva presencia de coches comenzó a invadir las vías, con las consiguientes consecuencias para la actividad de los peatones. Éstos desplegaron ciertas tácticas para compensar la perdida de espacio público en beneficio de los coches y seguir con el uso del mismo. Uno de ellos fue acudir a esos espacios con ausencias de coches (o rodeados por ellos) y funcionaban como islas peatonales. También se utilizaban los recodos, recovecos y otros lugares intersticiales en los que se permitían cierto descanso aún existiendo presencia de coches. Y, por último, se consolidó esa práctica de asistir a espacio-privados pero configurados a modo de espacio público, como si…fuera la plaza del pueblo, como si…. fuera una calle de la ciudad. Hablamos de los centros comerciales que en su estrategia de marketing aparecía su propio edificio como una réplica de la ciudad, con su ambiente abierto y dinámico, pero sin los peligros y molestias que la ciudad podía generar.

Ante ese proceso de deterioro del espacio público inflingido por la presencia de los vehículos a motor, la administración pública, en los últimos años, ha comenzado a aplicar políticas de peatonalización. El objetivo de esta política es el de devolver la preferencia a los peatones en sus actividades en vías que también son utilizadas por los vehículos. La mayoría de las ocasiones los procesos de peatonalización han sido aplicadas en los centros históricos. Han tenido como destinatario los ejes principales de esos centros, los cuales coinciden con la zona comercial y prestigiosa de la ciudad. Si bien, tras la peatonalización se ha producido un incremento y una variedad de las actividades desempeñadas por los peatones, en su estrategia lo que ha primado la constitución de corredor peatonal y la conformación de islas peatonales muy vinculadas a la actividad comercial, a la turística y museística. Esta estrategia recuerda más a los centros comerciales que a una política integral que promueva la reapropiación del peatón del espacio público sustraído por el vehículo a motor (Del Campo, A; García, A; Flores, M., 2009).

La vía natural: la presencia de las alamedas.
Junto a las calles más o menos centrales, angostas o en formas de avenidas, rectas o de formas sinuosas, se debe mencionar las alamedas. Pues éstas, al igual que los paseos marítimos, se nos presentan con su propia personalidad. Su diseño es un símbolo de su función, si bien ésta ha ido a lo largo del tiempo transformándose por mor a diversos factores. Una alameda es básicamente un “paseo poblado de árboles”, en articular de álamos. Según Sesmero (1995) su origen data de la época de Carlos III, quien era deudor de aquella vocación borbónica representada en la vivienda-jardín y en la incorporación de espacios verdades ciudadanos a los núcleos urbanos. A partir de esta idea nacieron los principales bulevares y alamedas en las ciudades españolas. Valga como ejemplo Aranjuez, Madrid y Málaga. Espacios concebidos para desempeñar una función recreativa, osiosa y contemplativa, lo que originó que muchas de las familias burguesas de la época se interesen por residir cercanas a este paseo. Estas familias, por tanto, se trasladan del interior del centro a uno de sus extremos, abandonando sus palacios para residir en un nuevo caserío cuya arquitectura recibe claras influencias modernistas.

A pesar de transformarse en un espacio central de la burguesía, los demás sectores de la sociedad acuden a él, llevando a cabo las mismas actividades que los primeros.
Estas alamedas, con el pasar del tiempo, siguen teniendo la misma vigencia. A su función de pulmón de la ciudad, se le une su condición de espacio-remanso en el que poder desarrollar una gran variedad de actividades, algunas de ellas difícil desarrollo en otro espacio público como las que corresponden a los juegos de la seducción o a los del letargo. Si se despliegan en las Alamedas es porque éstas, en numerosas ocasiones, ofrecen rincones ocultos o, simplemente, rincones que son considerados íntimos, necesarios para que la ciudad ofrezca mil y una posibilidades.

martes, 2 de marzo de 2010

Middle term Exam

Examen, dia 4 de marzo, responder a tres preguntas de cinco

martes, 9 de febrero de 2010

Otras influencias



Ciudades renacentistas.
Basada en el texto Vitrubiano surge, en teoría, la ciudad-renacentista cuyo trazado nace con la intención de protegerlas de los vientos. Se trata de una ciudad cuya planta es un octógono rodeada de murallas. Cada lienzo de murallas se opone a un viento. En los ángulos del octógono se erige una torre circular saliente. Con esta forma se trata de resguardar a la ciudad tanto de las inclemencias climáticas como del enemigo. Además, su planta se inscribe en un círculo a diferencia de las del medievo.


Si bien la trama urbana de las ciudades siguieron siendo las mimas que las legadas en épocas anteriores, las plazas se vieron influidas por el nuevo estilo, sobre todo en Castilla, donde predominaban los pórticos de pies derechos de madera, generalmente rollizos, que soportan dinteles de madera. Ejemplo de ello lo tenemos en la plaza mayor de Valladolid o Tordesillas. Fueron utilizadas para espectáculos públicos tales como ajusticiamientos y festejos. Son espacios reclusos y separa del exterior que irán poco a poco cerrándose.


Es con la conquista de América, con la fundación de nuevas ciudades, cuando se lleva a cabo el modelo de planificación renacentista y neo-moderno en los Estados Unidos.


La primera ciudad trazada con rigor y concepto geométrico es Santo Domingo en 1496, en un plano a cordel, que se institucionalizó con la aprobación de las Leyes de Indias. El centro era la plaza, en la que se encuentran los principales edificios, y de ahí surgían calles hacia las puertas, todo ello junto a un caserío uniforme. Es la combinación del ideal humanista y del plano militar medieval.


Esta planta se adopta en aquellos núcleos de recién fundación, como los casos de Marcha Real y Valdepeñas en Jaén por Felipe II debido a su política de repoblación.
La ciudad barroca.
La primera característica de este período es la aparición de la ciudad capital, en la que se van a localizar las principales instituciones que representaban al reino. Estas ciudades representaban el surgimiento del Estado nación, a diferencia de las metrópolis, las cuales eran ciudades-estados que, al igual que las ciudades medievales, gozaban de cierta autonomía.Por tanto, la existencia de esas ciudades capitales se debió a tres factores: la cada vez mayor burocracia, a la creación de los ejércitos profesionales y al desarrollo del capitalismo mercantil. Todos ellos redundaban en un mejor poder del rey capaz de dominar todo el territorio. La ciudad se convierte en un mecanismo del poder centralista.


Tres son las palabras que podían resumir la nueva ciudad, la ciudad el barroco:1. La ley: con la que se confirma el status y se sanciona los privilegios.2. El orden: es un orden mecánico basado en la sumisión al principio regente.3. la Uniformidad: una uniformidad burocrática que trata de sistematizar la ciudad para el cobro de los impuestos.


Aparecen, pues, nuevas instituciones, que van a moldear la vida urbana de estas ciudades: el ejército, la bolsa, la burocracia y la corte, Madrid, en el siglo XVII, se decía que poseía una estructura muy simple, la cual podía reducirse a señores y criados.


La ciudad barroca es heredera del pensamiento renacentista aunque la idea que impera es la de trazar una ciudad como obra de arte de inmediata percepción visual. Para ello se basan en un instrumento nuevo: la perspectiva, que junto a la línea recta (que en fuga configuran a establecer esa perspectiva) y a la uniformidad (supeditando lo individual al conjunto para, de este modo, conseguir la perspectiva) van a constituir la base de este nuevo urbanismo (Pierre Lavelan). Lo que surge es la idea de concebir la ciudad como un panorama, la ciudad vista desde fuera, a diferencia del renacimiento donde la ciudad, y el mundo por extensión, se contemplaba desde dentro. Este principio se comienza a aplicar en los jardines para, posteriormente, ensayarse con las propias ciudades.


Pero para obtener esa visión panorámica era necesario adoptar un solo punto de vista, un ojo único, una visión focal que, simbólicamente, coincidía con un único poder: el poder del humano, del poder del príncipe, puesto que en numerosas ocasiones quien encarnaba ese punto focal era el palacio real. Se construía, pues, toda una escenografía dispuesta para la exaltación del príncipe. De ahí surgen esas plazas que sirven de cuadros para la colocación de alguna estatua de un rey.El conjunto de la Granja y Aranjuez, junto a la Carolina (un nuevo poblado en Jaén) son los ejemplos barrocos más importante.