Los epicentros urbanos: Iglesias, bares, ultramarinos y centros comerciales.
Las iglesias son centros o templos consagrados para el culto y la oración a un dios. Por tanto son lugares sagrados (en términos de Mircea Eliades: “hierofonías”) donde los fieles de una religión acuden con el ánimo de profesar su fe. Es evidente que en su interior y a su alrededor se tejerá toda una red de actividades y lazos sociales perdurables. Con respecto a las ciudades españolas, muchas de las iglesias, sobre todo aquellas enclavadas en el centro histórico, están edificadas sobre suelo que anteriormente había correspondido a otros centros de cultos, como capas sedimentarias, en tanto que muchas iglesias sustituyeron a antiguas mezquitas. El objetivo de esta sustitución era la de evidenciar simbólicamente la nueva condición de la tierra conquistada a través, aunque no sólo, del espacio sagrado: en este caso una tierra que debía ser convertida del islamismo al cristianismo y de lo andalusí a lo castellano. La catedral de Sevilla y la de Córdoba son ejemplos paradigmáticos de la arquitectura como medio de propaganda política.
Centrándonos en las pequeñas iglesias que se despliegan por toda la ciudad, en especial por el centro histórico, éstas además cumplieron con una función de estructuración territorial de la propia ciudad, en tanto que sirvieron para constituir las llamadas Collaciones-Parroquiales durante la época medieval. Éstas eran una unidad espacial en la que sus vecinos se sentían que formaban parte de un barrio, todo gracias a que acudían a una misma iglesia participando de las actividades de las hermandades de esa iglesia y sintiéndose identificados con unas mismas imágenes religiosas. Esta forma de creación de barrios se ha mantenido con el tiempo a pesar de los diferentes intentos durante el siglo XVIII y XIX de aplicar una división de la ciudad con base a ideas racionalistas e ilustradas, como es el caso de Sevilla ,que de la mano del asistente Pablo de Olavide se dividió en cinco cuarteles, 40 barrios y 430 manzanas. Esta planificación obedecía al interés por mejorar la gestión de la ciudad y facilitar las medidas higiénicas.
Asimismo, esta función de estructuración del territorio de las iglesias también nos la encontramos en el ámbito rural. En Galicia existen unas unidades espaciales llamadas parroquias que engloban aldeas, cuyo nexo de unión lo establecen las pequeñas iglesias a las que acuden los habitantes de esas aldeas, convirtiéndose en el espacio central.
Iglesia: entre el amor y la ira.
Actualmente, en las ciudades españolas las iglesias cumplen con varias funciones de relevancia. Además del interés artístico que despiertan algunas de ellas, dado el valor patrimonial que atesoran, habría que sumar otras funciones como las eminentemente religiosas, las cuales tienen todavía cierta importancia para los vecinos de un barrio. Destacamos las misas y el culto a los santos. Con respecto a la primera, las misas, como acto que simboliza la eucaristía, es decir, el sacramento instituido por Jesucristo mediante el cual, a traves de las palabras que el sacerdote pronuncia y la liturgia, se transustancian el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Ritual que tiene lugar especialmente todos los domingos por la mañana y que concita en cada iglesia a sus feligreses, muchos de ellos vecinos del barrio. Junto a las misas nos encontramos el culto a los santos, que no es más que un homenaje de respeto, amor pero también de petición y agradecimiento que el cristiano tributa a un santo. Éste acto se hace de forma individual, ritualizada aunque no exista unas normas escritas. El creyente del santo al que se profesa la devoción debe acudir a una hora y a un día a la iglesia, debe recitar una determinada oración y realizar una misma ofrenda previamente estipulada. Esta forma de religiosidad se desarrolla de con una gran afluencia de fieles (sobre todo una población envejecida) y de un modo semanal (Zamora, El., 1989).
Sin embargo, estos mismos espacios, lugares de sociabilidad y generadores de identidad espacial, también han sido objeto de la ira de la sociedad. En las ciudades españolas durante la II República se vivieron episodios anticlericales, cuya acción más llamativa consistió en lo que popularmente se denominó “quemas de iglesias y de conventos”. En una etapa de gran conflictividad y polarización social, los sectores obreros urbanos, especialmente socialistas y anarquistas, mostraban una gran animosidad contra todo aquello relacionado con el clero, pues éste era contemplado como un agente de la élite dominante del país que con su discurso legitimaba el orden presente. Dada su visibilidad en las ciudades -gracias a las iglesias existente por todo el entramado urbano- y a su desprotección, el clero era el primero en padecer la violencia obrera en momentos de revuelta social, en especial sus bienes materiales: la iglesia.
Los bares.
Los bares son sin duda uno de los espacios semiprivados urbanos más importantes y con más éxito en las ciudades españolas. Según el “Anuario de la Caixa 2007” hay un total de 344.426 de bares en toda España, lo que significa un ratio de un bar por cada 129 vecinos. Sólo superado por Chipre, con un ratio de un bar por cada 124 personas.
Es Andalucía la región española que cuenta, en números absolutos, con un mayor despliegue, con 55706 locales, lo que supone el 15’7% del total de España, y con un ratio de 138, si bien la región con un mayor ratio es la Islas Baleares. A diferencia de éstas, Madrid es una de las regiones que cuenta con un peor ratio, con “sólo” 165 vecinos por cada bar.
¿Por qué del éxito social de los bares?, ¿qué representa un bar?, ¿qué es?
Un bar podría definirse de un modo simple como un espacio físico dividido en dos parte por un mostrador o barra en el que se vende y consume bebidas y otros productos de pie o sentados. Es evidente que la primera función que el bar desempeña es la de abastecer de bebidas y comidas a un cliente. En cuanto a las bebidas en especial se consume desde refrescos, pasando por cerveza y vino; con respecto a la comida, lo frecuente es que ésta se sirva en forma de tapas, pintxos o menú. Por tanto, la comida no es especialmente elaborada, si bien es casera y aun precio módico. Las tapas son pequeñas porciones de platos fríos o calientes los cuales no tienen porqué sustituir al almuerzo. Los pintxos son pequeñas porciones de panes con algún condimento elaborado y unido por medio de un palito, cuyo precio viene marcado por las formas y tamaño de éste, sobre todo es una forma de comer muy extendida en el País Vasco y Navarra. Mientras, los menús son una oferta de comida compuesta de primer plato, segundo, postre y pan, todo ello a bajo precio y donde el cliente puede elegir entre unas pocas opciones.
Sin embargo, el éxito de los bares en España no sólo está tan relacionado con la necesidad de satisfacer el hambre o la sed fuera del ámbito privado, sino que también lo está con la necesidad de prolongar las relaciones sociales también en actividades que podrían ser consideradas íntimas o familiares. Es un momento de relax en forma de comensalismo que es aprovechado para interactuar de un modo informal entre amigos o entre conocidos, todo ello en un ámbito espacial reconocido, no anónimo. Incluso a veces esta interacción adquiere una dimensión más formalizada, como son las Sociedades Gastronómicas en el País Vasco, que son unas asociaciones compuestas por cuadrillas de amigos que se reúnen semanalmente en un bar con el objeto de comer junto en un banquete lo que previamente han cocinado y tras esto organizar actividades ociosas y de recreo entre ellos.
Ambos casos, si se come y bebe entre amigos o conocidos de modo informal o formal, lo que nos indica es la centralidad que adquiere ese acto (el cual no consiste en satisfacer una necesidad fisiológica) y las formas en las que se ejecuta: es en sí un acto trascendente, de ahí que se destine un tiempo y un espacio; asi como un medio de sociabilidad cotidiana.
De las Tabernas a los bares (historia/romanos/tipos).
En España, al igual que en otros numerosos países, existe una gran variedad de locales donde poder comer y beber, cada uno con sus características que condicionan la actividad que el cliente pude hacer en él.
Seguramente el origen de estos locales se encuentre en uno de los tipos de caserío del periodo romano que se denominaba ínsulas. Las ínsulas era un inmueble urbano, de varias plantas, en cuya planta baja se hallaba el Tabarnae: un ocal destinado a tienda y otros productos. De algún modo, esa disposición recuerda a las postreras tabernas, bares y cafés en tanto que todas éstas se localizan en el ámbito urbano ocupando las fachadas de las platas bajas de los inmuebles. Uno de los más antiguos es la taberna: un local público, de pequeñas dimensiones, de carácter popular. Su estética suele ser antigua, abundando la madera, se sirve sobre todo vino y, a veces, algo para picar. Su clientela suele ser hombres de edad avanzada, vecinos del lugar. La taberna se transforma en una prolongación del espacio privado de sus casas y del público de la plaza donde la conversación con el juego son las actividades realizadas con más frecuencia. Aún, en las ciudades españolas, sobre todo en sus cascos antiguos, se pueden encontrar.
La segunda modalidad, ya desaparecidas, fue el café-teatro. Un establecimiento que data de finales del siglo XIX principios del siglo XX, también de carácter popular en los que además de expenderse bebidas y comidas ofrecían espectáculos musicales “ligeros” o “frívolos”. De hecho, el flamenco actual nació en Sevilla en uno de ellos llamado el café de "Silverio Fraconetti”. Si bien este tipo de café-teatro desapareció durante la década de los 40 bajo el estigma y la polémica, años más tarde apareció una versión actualizada del mismo. Ésta no era un pequeño local sino más bien salas de espectáculos donde se representaban variedades vinculadas al cabaret. Un ejemplo de ellos era el Molino de la calle del Paralelo en Barcelona.
Fue también a partir de esta década cuando en España se abren numerosos bares: los llamados bares-restaurantes (Arbide, Joaquín, 2006). Son establecimientos de mediano tamaño, con mostrador en los que la madera deja paso al metal y donde se dispone un pequeño salón en el cual se ofrecen servicios de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Almuerzos y cenas que se pueden solicitar tanto en formas de tapas como de menús. Su carácter es eminentemente popular y a diferencia de las tabernas, además de ofrecer una mayor variedad de viandas, en su clientela se alternan grupos sociales de diferentes edades y géneros. Esta proliferación de bares-restaurante puede explicarse con la aparición en las principales ciudades de nuevas barriadas periféricas debido al éxodo rural de la década de los 60-70 y con el retorno de los inmigrantes, quienes invierten su ahorro en la apertura de un bar observando que esas nuevas barriadas necesitan locales de ocio con los que saciar las necesidades de una clientela potencial.
Los ultramarinos.
Bill Richardson (2001) menciona como uno de los elementos distintivos de la cultura española, y por extensión del paisaje urbano, las tiendas o “local shop”, es decir pequeñas tiendas especializadas. Si bien reconoce que a partir de la década de los 60-70 comenzaron a ser sustituidas por supermecados de proximidad, centros comerciales, grandes almacenes y otros establecimientos, hoy en día todavía se pueden alcanzar a ver algunas de ellas. Tiendas dedicadas a la venta de comida (ultramarinos y colmados), verdulerías, panaderías, carnicerías, sastrerías, mercerías, ferreterías, droguerías. Un sin fin de tiendas dedicadas a un producto o a varios de ellos.
Lo cierto es que la existencia de estos locales, cuyo sentido es la venta y compra de productos, se debe a la herencia cultural que atesora España. Los romanos con las Tabernae, los árabes con el zoco y los cristianos con los talleres gremiales son una muestra de la cultura de la tienda como el espacio del comercio que, a pesar de su caracter de local privado generalmente cerrado, conservaba cierta conexión con la calle. Era un espacio semipúblico en el que no sólo se comercializaba. Pedro Cantero (2004) destaca el rol tan importante que jugaba (y juega) la tienda en la sociabilidad de una comunidad. Sobre todo en el pasado, siguiendo las palabras de Cantero, la tienda representaba “…una forma de vivir el tiempo y las interacciones (…) la tienda era vivida como pausa y como antídoto…”. Si bien es cierto que el autor se refiere e las tiendas de los pueblos andaluces, aún estás se hallan presente en la ciudad. Y es otro autor, Marrero (1996) quien enumera las consecuencias positivas de la existencia de estas tiendas (en especial las vinculadas al comercio tradicional), a saber: son tiendas que garantiza el comercio de proximidad de todo tipo de productos; es un factor básico en el desarrollo de las ciudades; fundamental para el mantenimiento de los centros urbanos tradicionales; proporciona empleo; abastece de productos acordes a las necesidadesa de una población envejecida o a hogares con pocos miembros.
Uno de los factores que explica la existencia todavía de ultramarinos y tiendas pequeñas en la mayoría de las ciudades españolas es la forma que adquieren éstas. Al ser núcleos compactos, con una alta densidad de habitantes y con una tipología urbanística en los que las plantas bajas de los inmuebles se destinan a locales comerciales, todoas estas caracterisiticas permiten la apertura tanto de bares como de pequeñas tiendas y su correspondiente demanda.
Centros comerciales.
En el declive de las tiendas comerciales han influido, y mucho, varios factores. Uno de ello el surgimiento de núcleos residenciales a las márgenes de la ciudad, entre ésta y el campo, con un caserío disperso, horizontal y sin apenas infraestructuras y dotaciones. Núcleos residenciales en los que es difícil la apertura de estas tiendas. Junto a estas nuevas formas de habitar, dentro de las ciudades españolas y en sus márgenes, desde la década de los 60, han ido apareciendo amplios espacios privados, cerrados y destinados al comercio: las grandes superficies.
Estos espacios competían en mejor posición con las pequeñas tiendas gracias a la variedad y a los precios sobre los productos que podían ofrecer. Esta oferta, además, se vio potenciada con un nuevo modo de ir de compra que comenzó a practicar amplios sectores de la sociedad basado en ir a esos grandes comercios un día de la semana y proveerse de artículos para periodos largos de tiempo.
En la década de los 90 aparece una nueva versión de las grandes superficies en forma de Centros Comerciales (Malls). La mayoría localizados en la periferia, puesto que se asientan sobre grandes parcelas de terreno. Ya no sólo ofrecen productos alimentitos o de hogar sino que a éstos se le suman la posibilidad de consumo de ocio, preferentemente para un público juvenil. Curiosamente una estrategia que adoptan estos centros comerciales -dirigidos por multinacionales- es la de imitar algunos rasos de la cultura local. De este modo, el diseño de los centros comerciales recuerdan a la formas arquitectónicas del lugar; se destina un espacio para la comercialización de productos autóctonos; o, en su defecto, se trazan ambientes que recreen la atmósfera de las calles comerciales de las ciudades pero rebajando las incomodidades ambientales que se producen en el espacio público. Se apuesta por el control de las contingencias de los estímulos primarios del que habla Ruiz Ballestero (2003). La idea que los centros comerciales desean transmitir al cliente es que éste se encuentra comprando y paseando en la calle o en la plaza de la ciudad pero donde se ha establecido un control férreo sobre los olores, la luz, la limpieza y la seguridad. Quizás, de ahí, de la buena ejecución de se simulacro (de hacer pensar que se está en mitad de la ciudad) se explique el éxito de estos espacios consagrados al consumo.
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