Introduction

Spain is a country that offers many interesting aspects. One of these aspects is its cities due to constitute an exceptional stage which we can know the different cultural influences that Spain has received along of the history, as well as some historical episodes of greater importance. Also across the cities we can know the life’s way, the social relations and political questions that characterize nowadays the Spanish society. For this, we suggest to learn some theories and sociological concepts that should allow us to bring us over of a more systematic form to the notion of city. Likewise, the classes will be illustrated with examples of some of most known Spanish cities.

martes, 23 de marzo de 2010

Los espacios publicos

Los espacios públicos: la plaza y la calle.
Tanto Chueca Gotilla como Ortega y Gasset encontraban una gran diferencia entre las ciudades latinas o mediterráneas y las americanas del norte. Si para las primeras, nos dicen, tal que herederas de la polis griega o de la civitas latina, el verdadero hábitat es el exterior en forma de calle y plaza que la diferencian y la segregan del campo colindante; para las segundas, el hábitat preferente es la casa como legado procedente de las "Towns", palabras procedente del viejo "tun" y de alemán "túnoz", que significa reciento cerrado que, formando parte del campo, corresponde a una casa o a una granja. No se trata, por tanto, de un concepto político sino de un concepto agrario. De ahí que en pequeños pueblos de lcentro y norte de Europa la plaza es sustituida por el "common," el cual no es un ágora o plaza sino una parte del campo que es preservada como tal.

Y es Chueca quien establece una tabla con cuatro categorías de ciudades diferentes: la ciudad pública (polis y civitas) /la ciudad doméstica (nórdica)/la ciudad privada (hispanomusulmana)/ la ciudad convento (barroco).

Es obvio que las ciudades españolas actuales son productos de los diferentes modelos de ciudad que han ido implantándose a lo largo de su historia. Así, podemos encontrar algunos rasgos procedentes de la ciudad pública, de la ciudad privada y de la ciudad convento. Sin duda, las dos primeras (la ciudad pública y la ciudad privada) se nos presentan como las más influyentes en cuanto a los espacios de sociabilidad en la ciudad. En ellas la plaza y la calle asoman como los espacios más importantes.

El concepto de espacio público.
Son las plazas y calles, sin duda, los máximos exponentes de lo que se ha dado en llamar el espacio público. ¿Qué es el espacio público? Tomando las tres acepciones que nos propone Manuel Delgado (2007), desde un punto de vista urbanístico, el espacio público es ese vacío entre construcción que hay que llenar de forma adecuada. Desde el punto de vista político, sobre todo a partir de la Ilustración, el espacio público es el lugar cuyo acceso es libre y universal, por tanto donde cristaliza verdaderamente conceptos tan abstractos como ciudadanía, civismo, democracia y consenso. Y desde el punto de vista antropológico, el espacio público sería ese lugar abierto y accesible donde los presenten miran y son mirados y ocurren todo tipo de acontecimientos.

En este epígrafe nos vamos a detener especialmente en dos de ellos: en la plaza y en la calle. Con resecot al primero, la plaza, podría definirse, siguiendo la Real Academia de la Lengua Española (RAE), como aquel “lugar ancho y espacioso dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles” o “aquel donde se venden los mantenimientos y se tiene el trato común de los vecinos, y donde se celebran las ferias, los mercados y fiestas públicas”. En ambos casos nos están hablando de la existencia de un lugar relativamente diáfano que es punto de encuentro. Sin embargo, mientras que la primera definición sólo señala la existencia de un espacio físico algo central; en tanto es el lugar al que desembocan las calles, la segunda nos habla de la existencia de un espacio que, además de darse las características de las plazas de la primera definición, son receptoras y generaradoras de vida social a partir de la cotidianeidad (“el trato común de los vecinos”), de actividades eminentemente económicas como las ferias y los mercados y de las acciones festivas. Bien por su componente urbanístico, bien por su funcionalidad social, la plaza hay que entenderla como un lugar central de la ciudad.

El legado histórico: del foro, zoco y a la plaza medieval.
Las ciudades españolas han recogido el legado que dejó la presencia, sobre todo, romana y medieval. En el trazado del centro histórico de muchas ciudades actualmente todavía se puede contemplar el antiguo foro, ahora convertido en plaza. Pero sobre todo, de esta época se ha heredado esa idea del uso intenso y denso del espacio público para la realización de múltiples actividades. De alguna manera, la condición de ciudad pública que posee las ciudades españolas procede de esta etapa de su historia. Sin embargo, fue con la conquista cristiana cuando aparecieron una gran variedad de plazas que desahogaban ese dédalo de callejones de la ciudad hispanomusulmana. Algunas de esas plazas eran los vestíbulos que se conformaban al transformarse las mezquitas en parroquias. Otras, sin embargo, tenían su origen en el agrupamiento en un barrio (en una Parroquia) de un gremio, quien promovía un espacio central en el cual insertar sus negocios. Mientras tanto, la plaza central era aquella de la que partían las principales calles con destinos a las puertas de la ciudad y que, en la mayoría de los casos, se localizaba el principal templo de la ciudad acompañado de los edificios pertenecientes a los grupos sociales más influyentes de entonces. Asimismo, también se ubicaba el mercado, con lo que esta plaza funcionaba a modo de foro romano.

En el siglo XV-XVI, gracias a la mirada renacentista, aparecen otras plazas que adoptan algunas de las pautas de entonces, como eran los pórticos y su forma cerrada, convirtiéndose en las plazas principales de la ciudad. Y es en ellas, en estas plazas denominadas “plazas mayores” en cuyas fachadas operaban las principales instituciones de la ciudad, en donde se comienzan a celebrar grandes acontecimientos y espectáculos. Son los nuevos lugares centrales, no sólo por sus formas urbanas o simbólicas sino también por la vida social que generan. Todavía hoy en día, sobre todo en las dos Castillas, siguen siendo el referente espacial de la ciudad, aún cuando en ella no se localicen ni la catedral ni el mercado. Sin embargo es el lugar del ocio, del paseo, del descanso, de las acciones festivas, de las celebraciones. En muchas ciudades españolas podrían ser consideradas las “plazas metropolitanas” por cuanto es el lugar de todos los habitantes, son reapropiadas por cada uno de los grupos para ser sentidas como propia. Sin embargo, otras ciudades no tienen una “plaza mayor” tan bien delimitada como en el caso de las castellanas. Esta ausencia no es óbice para que a lo largo de la historia se hayan configurado otras plazas que han asumido ese rol. Para ello han de ser espacios diáfanos y de unas amplias dimensiones y que estén insertas en el centro urbano de la ciudad (aunque no necesariamente en su centro histórico). Además, para que adquiera esa centralidad urbano-simbólica le es necesaria que esté atravesada por la historia, que algunos destacados acontecimientos ligados a la memoria colectiva de la ciudad tengan su anclaje en ella. Es el siglo XIX cuando que se llevó a cabo la construcción de plazas que cumplían con esos requisitos. El origen de muchas de esos nuevos espacios tenía un vínculo muy fuerte con el modelo de urbanismo francés heredero del Barroco: es decir, la búsqueda de la perspectiva, las grandes dimensiones y la utilización de la plaza como medio con el que se sacraliza a determinados personajes. Esta idea de plaza se prolonga hasta la mitad del siglo XX.

Plazas metropolitanas y plazas barriales.
Sin embargo, si existe una característica importante en cuanto a las plazas en las ciudades españolas es la presencia, no sólo de una grande, sino de una gran variedad de plazas que se extiende por toda la trama de la ciudad. No hay barrio sin su plaza. Ésta puede estar en buenas condiciones o en malas, puede ser grande o pequeña, puede pertenecer a un barrio o a una barriada, pero lo destacable es su existencia. Son las plazas barriales.
Lugares que cumplen con un rol para un concreto sector de la ciudad, pero no por eso pierden su valor. Al contrario, al ser las ciudades españolas ciudades públicas, cuya sociedad tiene una cultura en que el espacio público es entendido como un lugar para estar (no solo pasar), ésta se convierten en un nudo de sociabilidad, de uso constante, cotidiano. Un lugar del conocimiento. Un lugar para el desahogo.
Esta idea de crear plazas barriales procede de todo esos sedimentos que se han depositando en España a lo largo de la historia. Pues en la época cristiana, tal y como dijimos, la transformación de las mezquitas en iglesias ocasionaron la configuración de un espacio que fue destinado a plaza. Junto a ella aparecen distribuidas las plazas gremiales, más tarde las plazas de renombre y las plazas afrancesadas, como así lo manifiesta Vioque (1987), para terminar con la plaza del barrio, apenas una isla de formas y diseño simples, rodeadas de vías abiertas al tráfico, limitadas por fachadas de edificios de viviendas y con bajos destinados a locales y negocios, a veces en su interior se encuentra parcialmente ocupado por veladores, por algún que otro establecimiento y diseminados algunos árboles y bancos en los que sentarse. Si lo permite el tamaño, entonces en un extremo se ubica unas cuantas atracciones infantiles prototípicas.

Las plazas del mar.
Junto a las plazas se ha de señalar un espacio intermedio que adquiere formas de las calles y funciones de la plaza: los paseos marítimos. En la mayoría de las ciudades costeras españolas, próximas a las playas urbanas se han construidos vías que recorren a éstas. Son calles abiertas al frente marítimo, sólo separadas por pequeñas medianeras que sirven para separar lo urbanizado de la playa a la vez que funcionan como asientos. En ocasiones, paralelos a los paseos marítimos se localizan numerosos negocios destinados a la hostelería o a utensilios personales. Otras, sin embargo, lo que se encuentra en su costado son otras vías abiertas al tráfico rodado.

Los paseos marítimos que actualmente vemos en muchas ciudades españolas aparecen con el auge turístico que se produce en la década de los 60, cuya consecuencia es una paulatina urbanización del litoral urbano, si bien sus precedentes lo podemos encontrar con los malecones de las ciudades fortificadas (Cádiz) o, más recientemente, en los paseos de la burguesía en las ciudades-balnearios (San Sebastián). En cualquier caso, junto a los complejos hoteleros se edifican estos nuevos espacios que se transforman en lugares para pasear (sendas urbanas, sobre todo durante la puesta del sol, acción que se puede consumar de múltiples maneras: andando, corriendo, patinando, con bici); para estar (sentados, contemplando el panorama marítimo, charlando, comiendo). Son, por tanto, lugares de transición o umbrales que unen y separan, a la vez, lo natural de las playas y lo urbano de las ciudades lo que les convierten en lugares liminales donde se combina la informalidad casi total de la playa con lo más formal de lo urbano de una plaza. En todo caso, son espacios en los que conviven muchos de los grupos sociales que conforman una sociedad, y lo hacen de un modo relativamente articulado y sin grandes alteraciones. Son heterotopías en tanto en cuanto asume, al menos, algunos de los principios enunciados por Michel Foucault (1986) para definir a éstas.

La calle.
¿Qué es una calle? Desde el punto de vista urbanístico podría definirse como una vía entre edificios, solares o entre dos hileras de árboles, e, incluso, de un modo genérico, al espacio exterior a los edificios. Siendo correcta esta definición, autores como Henrri Lefebvre o Jane Jacob nos ofrecían una un poco más ampliada. Esta última, por ejemplo, enfatizaba que una calle sólo tiene significado en relación con los edificios y otros servicios anejos a ellas, a otras calles y aceras próximas. La calle no se entiende si no se observa su entorno.
Podemos afirmar que la calle en las ciudades españolas y su uso reciben un tratamiento relativamente diferente al que reciben en otras sociedades. Como apunta Manuel Delgado (1999), en las culturas nórdicas de fuerte carácter protestante la calle (y por extensión todo el espacio público) es un ámbito corrupto y corruptor que se ha de utilizar del modo más instrumental posible: ir de un lugar a otro. Mientras que el lugar del trabajo y del hogar familiar, para esta misma cultura, serían aquellos ámbitos virtuosos y castos, donde radica el bien. Es evidente, tal y como dejó entrever Max Weber, la conexión entre la cultura del trabajo y los preceptos religiosos, más, ahora, el espacio.
Mientras tanto en la cultura mediterránea, atravesada por el legado grecorromano, árabe y cristiano (sobre todo en su etapa barroca), la calle es concebida como un lugar para estar, además de pasar, en el que se pude desarrollar una gran variedad de actividades de carácter formal, pero también informal. Pesemos en el ágora griego y en el foro romano, pensemos, sobre todo, en el zoco de las ciudades hispanomusulmanas, como a pesar de ser ciudades-privadas una parte de la trama de la medina se destinaba al comercio siendo ocupada por tenderetes y puestos de productos de todas clases. Con el barroco, las calles, así como las plazas, se transforman en un escenario donde unas veces se representaba el poder y el orden, otras lo subalterno y el desorden y donde la vida se condensa en esos espacio públicos en forma de “plazas mayores” y “plazas barriales” y vías adyacentes que se ven completados con la constitución en cada ciudad de grandes avenidas. Hablamos de finales del siglo XIX. En muchas ciudades españolas se aplica un urbanismo procedente de Francia en el que el modelo neoclásico: la recta, lo armónico y la homogeneidad y se construyen grandes calles que rápidamente se transforman en la calle comercial de la ciudad, donde se asienten las principales instituciones socio-culturales, aparecen un nutrido surtido de cafés y negocios de profesiones liberales. Estas calles principales aún perduran hasta nuestros días, pues todavía son consideradas las vías referenciales de la ciudad.

Peatones versus tránsito motorizado.
La vida en la calle en las ciudades españolas se vio profundamente afectada por un acontecimiento: la llegada del coche. La presencia cada vez mayor de vehículos privados a motor ocasionó, de un lado, la sustitución de su antiguo pavimento por el asfalto y, de otro, la adecuación de las calles y la preferencia en ellas de estos vehículos en detrimento de los peatones. En cuanto a la adecuación, aparece el acerado diferenciado, en altura y con bordillo; se diseñan carriles de sentidos distintos y señalizados y se instalan señales de tráficos visibles. En relación a la preferencia, los coches y motos provocan en su beneficio el desmonte de los tranvías y los espacios centrales de las calles se destinan al tráfico; algunos puntos próximos al acerado se convierten en lugares para la carga y descarga o de parada de taxis; aparecen los aparcamientos en superficie eliminando espacios destinados a los peatones; surgen las dobles filas; los embotellamientos y los fondos de saco, es decir, cuando una plaza o rotonda se convierte de una forma imprevista en un espacio de estacionamiento de vehículos, anulando cualquier otra función.
Este fenómeno tuvo su máximo desarrollo en el centro de las ciudades. Esa trama de angostas y laberínticas calles no podía soportar la presencia masiva de coches. Sin embargo, muy pronto esta problemática se trasladó a las barriadas periféricas construidas en la década de los 60 y 70 en adelante. Si bien sus calles eran más amplias y se construyeron aparcamientos subterráneos colectivos, la masiva presencia de coches comenzó a invadir las vías, con las consiguientes consecuencias para la actividad de los peatones. Éstos desplegaron ciertas tácticas para compensar la perdida de espacio público en beneficio de los coches y seguir con el uso del mismo. Uno de ellos fue acudir a esos espacios con ausencias de coches (o rodeados por ellos) y funcionaban como islas peatonales. También se utilizaban los recodos, recovecos y otros lugares intersticiales en los que se permitían cierto descanso aún existiendo presencia de coches. Y, por último, se consolidó esa práctica de asistir a espacio-privados pero configurados a modo de espacio público, como si…fuera la plaza del pueblo, como si…. fuera una calle de la ciudad. Hablamos de los centros comerciales que en su estrategia de marketing aparecía su propio edificio como una réplica de la ciudad, con su ambiente abierto y dinámico, pero sin los peligros y molestias que la ciudad podía generar.

Ante ese proceso de deterioro del espacio público inflingido por la presencia de los vehículos a motor, la administración pública, en los últimos años, ha comenzado a aplicar políticas de peatonalización. El objetivo de esta política es el de devolver la preferencia a los peatones en sus actividades en vías que también son utilizadas por los vehículos. La mayoría de las ocasiones los procesos de peatonalización han sido aplicadas en los centros históricos. Han tenido como destinatario los ejes principales de esos centros, los cuales coinciden con la zona comercial y prestigiosa de la ciudad. Si bien, tras la peatonalización se ha producido un incremento y una variedad de las actividades desempeñadas por los peatones, en su estrategia lo que ha primado la constitución de corredor peatonal y la conformación de islas peatonales muy vinculadas a la actividad comercial, a la turística y museística. Esta estrategia recuerda más a los centros comerciales que a una política integral que promueva la reapropiación del peatón del espacio público sustraído por el vehículo a motor (Del Campo, A; García, A; Flores, M., 2009).

La vía natural: la presencia de las alamedas.
Junto a las calles más o menos centrales, angostas o en formas de avenidas, rectas o de formas sinuosas, se debe mencionar las alamedas. Pues éstas, al igual que los paseos marítimos, se nos presentan con su propia personalidad. Su diseño es un símbolo de su función, si bien ésta ha ido a lo largo del tiempo transformándose por mor a diversos factores. Una alameda es básicamente un “paseo poblado de árboles”, en articular de álamos. Según Sesmero (1995) su origen data de la época de Carlos III, quien era deudor de aquella vocación borbónica representada en la vivienda-jardín y en la incorporación de espacios verdades ciudadanos a los núcleos urbanos. A partir de esta idea nacieron los principales bulevares y alamedas en las ciudades españolas. Valga como ejemplo Aranjuez, Madrid y Málaga. Espacios concebidos para desempeñar una función recreativa, osiosa y contemplativa, lo que originó que muchas de las familias burguesas de la época se interesen por residir cercanas a este paseo. Estas familias, por tanto, se trasladan del interior del centro a uno de sus extremos, abandonando sus palacios para residir en un nuevo caserío cuya arquitectura recibe claras influencias modernistas.

A pesar de transformarse en un espacio central de la burguesía, los demás sectores de la sociedad acuden a él, llevando a cabo las mismas actividades que los primeros.
Estas alamedas, con el pasar del tiempo, siguen teniendo la misma vigencia. A su función de pulmón de la ciudad, se le une su condición de espacio-remanso en el que poder desarrollar una gran variedad de actividades, algunas de ellas difícil desarrollo en otro espacio público como las que corresponden a los juegos de la seducción o a los del letargo. Si se despliegan en las Alamedas es porque éstas, en numerosas ocasiones, ofrecen rincones ocultos o, simplemente, rincones que son considerados íntimos, necesarios para que la ciudad ofrezca mil y una posibilidades.

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